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domingo, 10 de enero de 2016

EL TOPO

El Topo
El Topo (Photo credit: Wikipedia)
Como un párroco navegaba obsesionado por todas las páginas porno de la red, la noche se le hacía larga e insomne desde que ella le echó del apartamento que le había dejado. Encontró aquel refugio pequeño y obscuro sin licencia de habitabilidad en un barrio que algún día fue municipio de la monegasca donostialdea. No tenía mucho que trasladar y se pudo instalar rápidamente, los vecinos no tenían mucha seguridad en las redes de sus domicilios y pudo conectarse al mundo a la media hora de haber abierto su laptop sobre la única mesa de su nueva madriguera. Escribía sus colaboraciones para la agencia en un par de horas sueltas, aunque ya no le hacía sonreír ser un negro para un negocio de negros era por ahora el único medio de subsistir con el que contaba, luego le buscaba a ella en la red y escrutaba su vida social durante demasiado tiempo, comía bocadillos de un sucio bar lleno de huchas y demás decoración abertzale, y buscaba novedades inexistentes entre gemidos de mariscos depilados y pepinos relucientes, como de premio de feria agrícola, hasta que todas sus babas caían sobre el sucio teclado, cuando quizá dormía algo allí mismo o sobre el catre de Ikea del rincón, del que a veces se levantaba para ducharse medio cuerpo antes de ir a por otro bocadillo.
No recuerdo bien quién me avisó de que así vivía, si se puede llamar vivir a permanecer en una topera acompañado de la depresión, supongo que fue su exnovia que le conservaba cierto cariño, a pesar de que ella le puso primero los cuernos con una parlamentaria del PNV con la que sigue conviviendo y luego vendió el piso con él dentro, de hecho los compradores le cogieron en el retrete y sin papel higiénico. Parece que yo era el único amigo que le podía quedar, así que un festivo de diciembre cogí la moto y me fui a buscarle por esas edificadas colinas que forman el otro marco de la ciudad balneario. No le di un par de hostias, los amigos no hacen eso de buenas a primeras, pero le llevé, fue más fácil de lo previsible hacer que se lavase un poco y sacase de la maleta algo de ropa limpia, a tomar aire marino sobre la moto, después tomamos alimentos y líquidos de los que hacen que la lengua se desate. Y pareció recuperarse lo bastante para no volver a esconderse en aquel cuchitril que un delincuente inmobiliario había puesto en el mercado donostiarra.
Ya lleva un trimestre en mi casa, que ha dejado de ser mi casa, la ha ocupado con su depresión y su aura de víctima de su portentosa inteligencia. Estoy dudando si arrojarlo desde la terraza mientras fuma uno de sus apestosos canutos o matarlo en el jacuzzi que tanto le gusta, luego puedo descuartizarlo y venderlo como carne halal en el kebab de la esquina.

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