Cuando la prensa libre no existe según todos los indicios e incluso pruebas, y los periodistas que aun trabajan en medios que pagan llegan a fin de mes de febrero en años no bisiestos y se las pasan canutas en los otros once meses, el derecho a la libertad de expresión de los plumillas debe combinarse con la libertad de joderles que tiene el amo de su alma de tinta y diccionario, así que me parece muy bien que mi querido amigo - es inevitable, ahora le quiero más -, haga, como hacen las chicas jóvenes cuando les sonrío, como si yo fuera transparente, el hombre invisible.
Esto me lleva a pensar en mi propia libertad de expresión, últimamente la estoy ejerciendo en muchos sitios y no solo en las salas de los tribunales como tantas veces he hecho, recogiendo amonestaciones, sanciones y hasta alguna acusación penal de desacato en el pasado. Me pregunten o no me pregunten doy mi opinión sobre la justicia, la prensa, la política, la banca o el poder y las personas que las encarnan para que existan estas instituciones en nuestro pequeño país, personas que tengan el timón en sus manos o que sean meros grumetes o que sean ratas supervivientes a todo naufragio, es lo que hay. La libertad de prensa es ahora solo un derecho de los lectores en la realidad y, gracias a Internet, el chismorreo ha pasado a convivir con un corto de blog o con un tweet, pero los chismes guipuzcoanos o donostiarras siguen existiendo, cuentan con muy buena salud, se propagan y se multiplican en un efecto dialéctico con todas las redes sociales.
Una amiga mía, que lo fue, me solía hablar de la “quinta derivada" donostiarra, de esas mentiras sin confirmar que llegan al oído porque el que lo cuenta lo sabe de alguien que ha oído a alguien que lo ha oído a alguien que… asegura que es verdad. Yo tengo tendencia a no creérmelas, a comprobar las que me atañen llamando a la fuente citada como la procedencia - esto me ha dado material para un libro de anécdotas -, a enfadarme con el emisario muchas veces y siempre a verificarlas por otros medios, en su caso, cuando eran importantes para personas de mi círculo.
Hermes, el dios de los periodistas, espero que ilumine los pasos de un periodista al que aprecio en lo personal y admiro en lo profesional, claro que Hermes tampoco existe.
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