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martes, 11 de agosto de 2009

OTRA VERSION

EL OMBLIGO DE GROS

Detrás de la barra se puede observar su ombligo planetario, el núcleo central protuberante de su ombligo, las órbitas en su torno que forman los pliegues de su piel y el anillo saturnal o jupiterino de su “piercing”. Y como se puede observar él observa, mientras ella vierte cadenciosamente la cerveza tostada hasta el borde del vaso de media pinta. Ella es joven, pero como aquella amiga del otro lado del recodo de la barra, ya tiene algo de leona herida. Y él deja que la espuma del lúpulo caiga de sus bigotes de macho solitario.

El macho solitario, que apenas recuerda que fue un león, compelido por sus hormonas –los órganos que no se usan se atrofian y se caen-, busca pareja, segunda pareja en su historia o enésima oportunidad que se da. Puede que la busque, como hoy, en esos bares donde se juntan a abrevar todo tipo de especies nocturnas del barrio, puede que la busque sin buscar incluso o puede que sus amigos y buenas amigas le vayan presentando el variopinto catálogo de solitarias y náufragas que parecen estar en su misma situación o puede que casualmente en el trabajo o en el viaje anual de su especie entre en el territorio de la leona herida.

La leona herida es una hembra atractiva que reina feroz en su territorio bien marcado. Ha decorado su corazón con trofeos que le recuerdan –y es inevitable-, a quien fue su compañero durante más tiempo que le dejó casi siempre una pequeña camada de cachorros como único vínculo a su pasado. Sabe que los machos solitarios en pos de la segunda oportunidad darán vueltas en círculo a su alrededor incansables y parece disfrutar con ello, a veces enseñándoles un tenue destello de las dulzuras que aún, si quisiera, podría compartir con ellos, a veces enseñándoles sus colmillos y garras para alejarlos al borde más lejano de su territorio.

El macho solitario sabe quién manda e ingenuo, anhelando que la leona herida olvide sus cicatrices, sigue ese juego mientras observa las maniobras de los otros machos solitarios, a veces oyendo los maullidos del expulsado padre de la prole que éste sí, ignorando su definitiva derrota, estúpido intenta una y otra vez reclamar el cetro perdido.

La leona herida es un bello animal admirable que ella sola es la dueña de sí misma, de sus recuerdos y de sus heridas. Afortunado del macho solitario al que durante un tiempo, demasiado breve siempre, le tolera unos lametones sobre las cicatrices. Cuando vuelva a sus solitarios paseos no podrá evitarlo y las llevará sobre sí reproducidas de forma indeleble y se habrá convertido en menos león aunque sea más solitario.

Pero hoy, él abstraído observa ese ombligo planetario y pide otra cerveza. La amiga del otro lado de la barra –Por cierto ¿De quién era amiga?-, se ha evaporado.

Versión del 24 de junio de 2000

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