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jueves, 31 de mayo de 2018

EL ÚLTIMO MARXISTA

-Eres el último marxista ¿Cómo se puede ser marxista en 1992?
Me acuerdo de esta frase que me dijo un tipo hace un tiempo en plan de reproche. Yo había expresado mis escrúpulos a una propuesta de actuación profesional y él, falto de toda referencia ética desde hacía tiempo, se enfadó conmigo. Lo había olvidado pero últimamente me estoy acordando de muchas conversaciones, mejor de sus monólogos, aunque hoy me apetece darle otra breve vuelta a la justicia, a la justicia española y a la europea en general y, sin querer, me sale una cierta raíz marxista.
Recordando ideas elementales: El Estado democrático europeo actual no es más que una serie de instrumentos para la opresión de una clase social, la de los dueños, sobre la otra, los desposeídos que solo son dueños de su esfuerzo y de su esperanza, o sea que el Estado, es una compleja maquinaria administrativa de dominación que los explotadores han construido para imponerse sobre los que producen o trabajadores.
En la teoría política occidental ese Estado se presenta, desde Montesquieu, con 3 poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) pero en realidad el Estado es un solo poder, la oligarquía financiera, los ricos, que es el verdadero cerebro de la clase propietaria de todo, con su abanico de subpoderes ocultos con el que los explotadores se adueñan de la producción y de las riquezas de la sociedad.
En cuanto a esos tres poderes aparentes del Estado son represivos, es para lo que están, es por lo que existen y, a veces, se toleran por esa oligarquía. En España hemos visto que han pasado, sin despeinarse, de la anterior monarquía dictatorial a una monarquía con esa división de poderes tolerada para poder sentarse con sus colegas europeos. Pero a veces se olvidan de sus propias reglas y tienen gestos de confusión de poderes.
Y el denominado poder judicial, porque llamarlo lacayo judicial o mamporrero judicial no es “políticamente correcto”, no funciona lógicamente para los explotados sino que defiende a los explotadores y cuando, por casualidad, hace justicia o es un error o es una parte más de la estafa montada al servicio de sus amos, para que éstos puedan seguir diciendo a los explotados que la democracia funciona, que la justicia funciona, que la justicia es igual para todos.
No existe la Justicia, existen las personas que trabajan en ese aparato y existimos quienes, defendiendo a sus víctimas, contribuimos a legitimarlo. Y las personas que tienen ese poder delegado por los dueños del cotarro saben muy bien a quien se deben al final, así que si no eres de esa banda no se te ocurra decir “que confías en la justicia” porque quedarás como un sinvergüenza de ellos o como un gilipollas.

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